Sin muchas expectativas esperaba ansiosa contagiada por la ansiedad de todos y las ganas de que llegue la fecha de irnos a Bariloche.
Sin poder creer en el momento de mi vida en el que me encontraba me subía a ese colectivo lleno de personas, todos en la misma situación y con las mismas ganas de hacer que ese viaje sea inolvidable. Dos locos que agarraron nuestros ideales sobre lo que iba a pasar y se los cargaron al hombro para cumplirnos en todo. Y dos padres que nos adoptaron como hijos desde el minuto numero uno.
La falta de expectativas se debía a mi patética y cagona forma de ser, esa necesidad de crear escudos y preferir inconscientemente que las cosas me sorprendan pero que no decepcionen.
Desde el primer momento en ese colectivo fue imposible no empaparse de alegría, ganas, y por sobre todo buena onda. Quería de conocer a todos, aprovechar el tiempo y no perderme de nada.
Encontré en el colegio que viajaba con nosotros lindas personas con las que compartimos días llenos de momentos increíbles, en la mamá y el papá que nos acompañaron la contención y los abrazos, los consejos y mucho cuidado, en los coordinadores el enchufe de energía cada mañana cuando nos costaba levantarnos y nos tiraban abajo la puerta y cada noche cuando el cansancio y el sueño se hacían presentes y ellos seguían bailando, cantando y saltando habiendo sido los últimos en acostarse y primeros en levantarse, por último en mis compañeros encontré al grupo que hasta el momento no éramos.
Bariloche fue un encuentro y nos hizo un grupo que termina junto un etapa importantísima para cada uno de nosotros.
Bariloche fue el recreo más largo de nuestra vida.