Más o menos 10 años.
Los conocí prácticamente al mismo tiempo.
No se sus nombres. Convengamos Juan y Pedro.
Estaba sentada en un banco de plaza de cara al
semáforo que une calle Oroño con Pellegrini.
Juan cruzó mi campo de visión a paso apurado,
con su mochila llena en los hombros y vestimenta deportiva, impecable. Mientras
lo seguía con la mirada me encontré con Pedro, a través de las oscuras ventanillas
de un BMW, polarizadas y en alto.
Me llamó la atención por que gesticulaba con la
mano que le quedaba libre mientras sostenía una caja llena de turrones. Y también,
por que estaba a mitad de la calle, caminando entre los autos como quien
esquiva personas en la peatonal un sábado a la tarde.
Me llamó la atención por que ya me la había
llamado Juan.
Por que juntos eran un cuadro fuerte de
observar si se le dedica la atención que merece.
Me fue imposible evitar que mis pensamientos
vuelen imaginando sus vidas.
Pensaba en el lindo departamento (o casa
quizás) al que llegaría Juan a merendar, donde alguien le preguntaría que tal
iba su día y le revisaría las tareas. Sentía que prejuzgaba al asignarle tan
inmediatamente una vida feliz y llena de cosas pero era solo una cuestión
imaginaria. Se estaba comportando como un niño promedio. Y yo solo estaba
usando en mi mente la imagen de niño promedio, la comparación. Con Pedro todo
era distinto. Intentaba calcular cuantos turrones más tenía que vender hasta
volver a su casa. Me preguntaba donde
quedaba esa casa. Quienes lo
esperaban allá. Como vivía (o
sobrevivía).
La verdad es que los siguientes transeúntes
tuvieron una actitud más compasiva que ese BMW y si bien no todos accedían a
darle alguna moneda o comprarle un que otro turrón por lo menos le contestaban
cara a cara y con gestos de lamento.
No se que tanto le sumaban estos gestos a ese Pedro impaciente que saltaba del cordón cada vez que la luz roja se lo permitía
pero debo reconocer que mi corazón dolía un poquito menos con cada uno de
estos.
Este encuentro es uno más de los tantos que me
convencen de que todo es una mierda en cuanto que tenemos un país enormemente
rico pero poco equitativo, que las oportunidades y los futuros (de esos que
valen la pena un poco) se reparten entre algunos y los demás la reman con lo
que les toca, como pueden, siendo lo que son y luchando hasta con eso mismo.
Encuentros que hacen que intente no juzgar.
Encuentros que me
hacen entender un poquitos más y a su vez muchísimo menos.