9 de mayo de 2015

Lo mismo. Una y otra vez. Siempre lo mismo.



Una de las veces en las que más me cuesta escribir, ordenarme, es cuando lo único que me invade es el enojo. Reflexiones apresuradas (las odio) y el cúmulo de muchas otras que vienen dándome vueltas y vueltas. Los mismo pensamientos recurrentes, los mismo reclamos e insatisfacciones porque a la larga son siempre las mismas situaciones.

Y que quede claro que no es rencor, cuando algo queda en el pasado realmente lo guardo ahí, atrás. No podría convivir con el rencor pero creo que no existe el olvido voluntario. Cuando lo que me hiere se repite muchas veces y siempre proviniendo del mismo lugar es cuando eso que quedó en el pasado vuelve para elevarse en potencia a las veces que va ocurriendo.

Me molesta sentirme una pendeja. Típica adolescente que tiene conflictos con su madre.

Y sé que aca hay más vueltas que la simple adolescencia, hay algo que viene mal hace tiempo, que tiene etapas de calma y con mucho esfurzo las hacemos durar pero a la larga siempre explota.

Como dije antes, escribir con y sobre enojos es difícil, no solo porque las reflexiones están colmadas de sentimiento y van más allá de la razón, también porque cuando la frialdad vuelve me siento una estúpida, vulnerable, frágil, derrotada.

Si hay algo que no tolero es mostrar debilidad y se que en esta expresión de daño dejo en claro hasta que punto me lastima lo que vivo, hasta que punto soy traspasable, débil.

Describir lo que pasó me haría peor porque ni describiendo cada segundo de mi vida ni con un doctorado en letras podría lograr el grado de identificación que necesito de quien lea para sentirme comprendida, porque no se puede empatizar hasta tal grado.

Es la mezcla de lo que recibí y lo que me dieron (tan parecido como distinto uno de otro) es la mezcla de lo que siento con lo que pienso, es una guerra con alguien más y con migo misma.

Si hay algo que aprendimos en este tiempo fue a pelear, a lastimarnos, sabemos en que golpe se esconde el deseado touché, el flechazo en el talón de Aquiles, y usamos cada arma que tenemos, como si no nos quisiéramos ni un poco, peor aún, como si nos odiáramos.

¿Y que tanto hay de verdad en eso de que del amor al odio hay un solo paso?

¿Hasta que punto este jueguito de espadas y escudos no denota claros signos de realidad, de lo que sentimos la una por la otra, de como la vida nos obliga a una cercanía que naturalmente no nos sale?

No se que duele más, si esas palabras alborotadas que salen a los gritos de esa boca dolida y enojada no solo conmigo pero si descargando hasta el último gramo de frustración en mi contra o saber que lo que escribo nos pasa a las dos, que no es un cuento de enojos y abrazos, no es un cuento y no hay abrazos.

Lamentablemente no se como llegamos a esto porque empezó en épocas que no recuerdo, a veces eso me saca peso de responsabilidad, me convenzo de que si no logro recordarlo a lo mejor no lo empecé, aunque se empeñe en hacerme creer que lo genero solo yo, siento, a veces, que no lo empecé. Y digo lamentablemente porque me encantaría saber los cómo y los porqué, me encantaría entendernos. 

Lo que si se es hasta que punto va a haber arrepentimiento, y espero, con toda mi ganas, que para cuando llegue, todo junto, no sea tarde para perdones y ese cuento de los abrazos, porque el único que no nos perdona en esta vida es el tiempo y nosotras aparte de jugar una contra la otra, jugamos contra el tiempo.

Pero la quiero. Tan intensamente como el enojo y la frustración que siento. Y por eso duele.