A veces,
presa en la vorágine
de una vida que le encanta,
llena de proyectos, cariños, actividades, pasiones
y pensamientos,
se olvida de cuanto disfruta su compañía.
A veces le cuesta encontrarse.
Se busca dónde (en el fondo) sabe que no está.
O,
simplemente, no tiene el tiempo que necesita para lograr el encuentro.
Pero
cuando llega el momento,
más si tuvo que esperarlo,
recuerda
la plenitud de estar con música de fondo, acompañada por el agua que cae y cae,
observando un cielito de tormenta, oliendo el café que se enfría a su lado,
tratando de plasmar la sensación inexplicable que llega al llegar a abrazarse
en palabras que parecen no alcanzar nunca el poder de expresión que necesita.
Y todo vuelve a ser sencillo.
Y esas tormentas que antes
ocupaban lugar en su mente se van entre sonrisas solitarias, cuyo receptor y
destinatario coinciden, sonrisas de paz y unión.
Y en esa sencillez, los amores se potencian y los colores
brillan más fuerte, las imagenes son más nítidas, los olores traen recuerdos, la música pone piel de gallina, y su mundo se convierte en una celebración de lo más lindo
de la vida misma.
Y,
aunque sepa que el éxtasis dura poco,
lo disfruta como
si no fuera a volver (pero sabiendo que volverá).
Y se despide,
hasta el próximo encuentro mágico.