Me quedo mirando su cara, con cierto miedo escondido en el fondo de mi alma. Miro las arrugas que aparecen definidas al costado de esos ojos cansados pero contentos y todavía llenos de energía, motivados por las pequeñas cosas que hoy por hoy integran sus más grandes alegrías, que hayamos ido a comer ese asado el domingo al medio día, encontrar un álbum con dedicaciones de sus viejos compañeros del servicio militar, contarme sus ideas, cortar el asado para que lo probemos al lado de la parrilla medio a escondidas para que no se enoje mi abuela, ser cómplices en esa travesura, pasar ratos hablando del primer tema que surja, discutirle a mi papá hasta lo más básico y evidente con tal de seguir la charla, compartir ese instante.
Está bien, sano, fuerte, pero grande y aunque quiera engañarme no hay forma de evitar pensar que el reloj nos juega en contra y lamentablemente es una guerra que no se puede ganar ni con las mejores tropas. Trato de adaptarme a la idea mientras grabo a fuego recuerdos que quiero que queden en mi, sabiendo que será el tiempo que tenga que ser pero no lo voy a desperdiciar, y es ahora cuando siento que 200km son una eternidad y me encantaría moverme sola y viajar más.