30 de agosto de 2020

 

Los veo por foto y los pienso a lo lejos. Con la incertidubre de cuándo volveré a sentir la tierra del terreno bajo las zapatillas y los gritos desde la cocina para que no ensucie el piso con la tinta de mora que siempre, revelde, queda en la suela. 

Los veo en esta foto y los pienso sonriendo. 

Abrumada por el torbellino de emociones de un año de cambios y una pandemia. Abrumada de extrañar. Abrumada de sentirme en pausa, de miedo e incertidumbres, de la idea de que nada es suficiente, nada alcanza. 

Entre tanto sentimiento revuelto vuelvo a la foto, la miro atentamente pensando, cuanto por aprender de ellos, cuanto por entender de la vida misma.

mientras yo, teniendo todo por delante me siento muchas veces falta de sentido, los recuerdo en lo mas puro de su escencia inmortalizada en una foto. Su terreno, sus actividades, sol y sombra, las calabazas preparandose para crecer de fondo, la paz que probablemente habita solo en la imagen insonora. 

Dejo estas palabras en espera mientras los llamo para ver cómo andan. Un rato con cada uno del otro lado me hace realentizar el segundero, cuando quiero chequear la pantalla habían pasado 40 minutos. 

vuelvo a sentir durante esos cuarenta minutos que allá, en esa casa del barrio centenario, el tiempo pasa distinto, los minutos valen doble o ellos viven en cámara lenta. Vuelvo a pensar en cuanto por aprender me queda. 

A ella le pregunto curiosa como pasa el tiempo, aunque ya se la respuesta. Tiene las tareas de su taller con acertijos que nos hacer perder la cabeza a todos, sus dos agujas de tejer, una tablet chiquita a la que le cargó una app de sopa de letras y sus plantas, su huerta, sus mandados y quehaceres. 

A el le digo que lo recordé mientras tomaba unos mates y la charla va a lugares completamente distintos. Siempre logrando sorprenderme con sus reflexiones de tiza en la puerta o de papel apurado que se peirde en su escritorio. Le digo entre cosa y otra, medio consternada por la situación y la distancia, que hay que disfrutar lo que se pueda a lo que impertinente me responde: 

"para disfrutar no se necesita nada hay que ejercitarse uno adentro. 

Cada uno tiene sus cosas, sus vicios, el cigarrillo, el mate, leer un libro..." 

Corto con ellos y vuelvo a mí tarde de sábado, con el mate ya frío, la compu suspendida y el cielo comenzando a oscurecerse por completo. 

Vuelvo replanteandome hasta el sentido mismo de mí existencia. Pensando que en realidad, sea cual sea, mi vida en el camino a descubrirlo tiene que ser un poquito más parecida a la de esos dos viejos de calle independencia que lamentan haber perdido sus domingos de fideos caseros pero con paciencia infinita arma cada uno su mate y se sientan en algún rincón a vivir el momento, confiando en que los domingos volverán tal como los conocían y sabiendo que la vida tiene más vueltas de las que creemos entender pero si nos dejamos dominar de ansiedades, dudas, miedos o angustas en el camino, al final, solo conseguimos haber gastado tiempo cargados de negatividades que pesan más que el tiempo mismo y nos lastimas más que cualquier pandemia.