13 de diciembre de 2019

Sabia que estaba lastimada. 

Sabia que durante los ultimos años esa herida era cada vez más profunda y cada vez estaba más lejos de la superficie. 

Sabia que estaba abierta y cada pequeño raspón diario caía sobre ella. 

Durante mucho tiempo intentó avanzar ignorando que dolía, aunque se daba cuenta que el aire parecia mas pesado, que inhalar ya no era tan facil y que ya no disfrutaba estar sola. Quería que su alma se arregle. Que deje de doler. Que el aire vuelva a fluir por sus pulmones sin esfuerzo. 
A veces caminaba unas pocas cuadras, con auriculares puestos, y alguna canción la traicionaba llenandola de recuerdos y sin dar cuenta de su volunad su mirada se nublaba y por su mejilla caían esos recuerdos, como lluvia de verano escondida en alguna nube pasajera.

Siempre que algo la frustraba intentaba entenderlo, su vida se manejaba por la razón, y cuando conectaba los cables enredados, cuando lograda armar el circuito, cuando todo cobraba sentido en su interior, esa frustración se transformaba en paz. 
Pero en este caso, lo unico que podia razonar era que el motivo de que esa herida siga abierta es que no habia razon que entender, los cables estaban rotos y donde fuera que intentara conectarlos solo encontraba cortocircuitos. Tenía que sentir el dolor, la ausencia, los miedos y aprender a convivir con ese mix de sentimientos que habian pasado a formar parte de ella. Y cuando de sentimientos se trataba encontraba su principal punto débil, sentir escapa a la lógica y en su mundo de raciocinio esa era una regla que no estaba contemplada. 
 



21 de octubre de 2019



Desde chiquita que me gusta infiltrarme familiarmente un poquito en cada grupo, sin nunca entender el límite entre los grupos de grandes y los de chicos. En eso sí que tuve suerte igual,
porque nunca nadie me marcó esa diferencia de forma determinante como para inhibir mis participaciones entrometidas.
El domingo, infiltrada en la preparación del fuego para el asado, las charlas se daban con total naturalidad entre mi viejo, mi abuelo y yo. Pasado el rato y naturalizada mi presencia mi abuelo comienza con un discurso firme sobre el rol de la mujer en la familia y el hogar, discurso que empieza con las quejas usuales aludiendo peleas diarias con mi abuela y deriva en una postura formada sobre que la mujer debía quedarse en la casa y respetar al hambre por ser "el hombre de la casa" y un par de conjeturas/conclusiones más sobre como hoy estaba todo perdido que se empezar a disolver en el aire al salir balbuceadas de su boca cada vez con menos ímpetu mientras torcía la cabeza lentamente y conectaba sus ojos con mi mirada, la cual se clavaba en sus gestos hacia ya un rato. Una mirada que intentaba ocultar la simpatía que le generaban esos conceptos retrógrados una vez ya, por suerte, extinguidos e intentaba mostrar un juicio sobre esas palabras pero sin peso de castigo, más bien de desaprobación y perdón ante su imprudencia.
Lanza un comentario del tipo "no te vas a ofender" y plantea un pequeño debate que empezó perdido por ambos y era más bien un juego inocente de negociaciones. 
El acto que me extraño y admiró de él lo suficiente como para dejar registro del momento fue que al final de nuestros planteos y desencuentros me abrazo muy fuerte, de costado, con un brazo acercando mi cuerpo al suyo y su cabeza a la mía y me dijo "vos hace TU vida que nada más es tuya, yo lo que te digo es lo que pienso y es de MI época."
El viejo terco y peleador en su ser más humilde fue capaz de transmitir tanto amor y aprobación como pocas había sentido, porque es mucho más significativo viniendo de alguien que piensa todo absolutamente contrario a tu actuar pero que tiene la capacidad de hacer un paréntesis para alentarte a ser feliz. Y así se pasó otro medio día de descubrimientos y conexiones especiales, con nuestros 70 años de diferencia etaria haciéndose poquitos cuando compartimos esas charlas que viajan entre pasado y futuro.  

11 de junio de 2019


La vida corre y él la ve correr desde el fondo del terreno, mate en mano o tabaco en boca.
Y la gente corre, desespera, vive a cuenta, desperdicia momentos, desvaloriza lo importante y lucha por lo pasajero, se enferma, desaparece. Y él los ve, desde el galpón a luz tenue, con la radio prendida y la tiza lista para anotarse en algún rincón lo que llame su atención y considere que merezca ser recordado.
Él relativiza el tiempo tanto como dura una tarde de sol a la sombra de la palta mientras los semáforos se llenan de bocinas que se quejan porque el rojo no cambia suficientemente rápido o la señora está cruzando muy lento, personas corriendo, maletín en mano cargado de 'cosas importantes', sin pensar en más que cumplir, resolver, y terminar. 
¿Terminar qué? ¿Ese trabajo pendiente? ¿El camino de vuelta a casa? ¿La comida para la cena? 
Entonces,
¿Cuál es la vida misma?
De repente, el domingo, el escenario de la previa al asado se reproduce en cámara lenta. Y hay tiempo para sacar conclusiones y filosofar un rato, y pelear y reír, y prender el fuego, picar algo mientras va estando la carne, 'hacer tiempo' hasta que llegue el resto de los invitados... 
En el galpón las cosas de siempre, en su cabeza la misma gorra, en su muñeca ese reloj con más años que yo y en su cara alguna que otra arruga nueva que permite sospechar que el tiempo también pasa por allá.
Cuasi eterno lo percibo, lo veo y pienso en el transitar de sus días, en el contraste de ritmos de vida, en su presencia ante tanta ausencia, en el interior que cultiva y el exterior que cuida cual templo sagrado con sus rutinas estudiadas y sus yuyos aliados. 
Como si llegara siempre a la hora de tomar el té ante un sombrerero peleado con el tiempo llego de visita y admiro absorta su ritmo lento, persistente resistiendo el andar de esta modernidad líquida que nos arrastra en la corriente del día a día.
Y creo entender de repente que eso es la vida, nadar un rato en la corriente y poder salir mojada a tomar unos mates con el Titi viendo el rio seguir su cauce, hasta que toque volver a zambullirse.