6 de abril de 2017


Estaban en el fondo, entre pastos y mosquitos, dos sillas inclinadas como para compartir el momento pero sin dejar de apreciar el lugar.

Hacía un rato que venían hablando un poco de todo. A pesar de la diferencia generacional e ideológica a ella le gusaba escucharlo y asentir ante sus posturas mientras por dentro sonreía y analizaba cada palabra.

Entre extraterrestres, religiones, programas de televisión y anécdotas de la novela que solían transmitir por la radio el siglo pasado, él enuncia con total firmeza:
"El mate no es algo que se pueda preparar a las apuradas, así no más, me tomo un mate y me voy.
El mate es pensamiento, amistad, amor, escudriñar cosas. El mate, es pensamiento, por que invita a eso, a la reflexión, la meditación. Yo me preparo el mate y me quedo acá de 3 a 5".
Entonces escucharon ruidos que anunciaban la llegada del resto de la familia y ansiosos abandonaron sus sillas en el pasto para ir en busca de tallarines caseros, charlas de a muchos y mates grupales.

El mate, los tallarines, ese café de reencuentro o despedída, la hora del té, una chocolatada en el jardín, unos tereré en el club, el asado entre amigos, la cerveza en el bar de la esquina. Puntos de encuentro. Uniones. Momentos compartidos. Excusas mágicas. 

Pero claro que el mate no es para preparar, tomar uno, e irte, 
pero qué desperdicio
dejar pasar tan gran oportunudad de encuentro, aunque sea, con uno mismo.


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